La niña que dejó de ser.

La niña que dejó de ser

La chiquilla tiene miedo. Se encierra sola en su cuarto y pone el seguro. Escucha los gritos de sus padres. Escucha el ruido del motor del vecino de enfrente al arrancar. Siente que le tiemblan las manos y los pies. Siente la rapidez de su respiración. Siente el palpitar en sus manos. Siente el escozor en la garganta. Siente un nudo en la panza. Siente la marca palpitante en su cachete donde quedó la ira de la madre. Siente las lágrimas en sus ojos. Siente que le flaquean las rodillas. Siente la mosca caminándole por el brazo. Siente que quiere desaparecer.

Cierra los ojos, da una vuelta y luego un paso. No sabe dónde está, nadie sabe dónde está.

La pequeña ha desaparecido. No se encuentra en ningún lugar, pero sí en cada momento.

Presencia la caída de Roma, el esplendor de Grecia, los diálogos de platón, la vida después de la muerte y la muerte después de la vida; el primer vuelo del Concord, la caída del último zeppelín, el descubrimiento del fuego, la existencia antes de la existencia, el vacio del fin, la oscuridad del infinito, el derrumbe del muro de Berlín, la catástrofe de Hiroshima, la tragedia de Chernóbil, el punto final de el mejor poema del mundo a mano de un ciego, el nacimiento de un par de polluelos en algún árbol de las campiñas francesas, el beso entre dos enamorados bajo la luz de la luna, la quema de Troya, el primer trazo de la Gioconda, la mente de Da Vinci, el primer instante de la vida, la majestuosidad de una erupción, el barnitzba de un judío durante la segunda guerra mundial, la crucifixión del salvador, la última luz de una vela, todo. Crece, enflaca, enmudece y se deshace.

Cuando abre los ojos, la niña vuelve a existir.

FIN